“Rogad al Dueño de la mies…”
¡Dios viene!
La antífona de las primeras vísperas de Adviento resuena así: «Anunciad a todos los pueblos: Dios viene, nuestro Salvador». La liturgia invita a la Iglesia a renovar su anuncio a todos los pueblos y lo resume en dos palabras: «Dios viene». Esta expresión contiene una fuerza siempre nueva. No usa el pasado –Dios ha venido– ni el futuro, –Dios vendrá–, sino el presente: «Dios viene». Se trata de un presente continuo, es decir, de una acción que siempre tiene lugar: está ocurriendo, ocurre y ocurrirá una vez más. El verbo «venir» se presenta como un verbo «teológico», incluso «teologal», porque dice algo que tiene que ver con la naturaleza misma de Dios. Anunciar que «Dios viene» significa anunciar al mismo Dios, a través de uno de sus rasgos esenciales y significativos: es el «Dios-que-viene». Adviento resuena como un llamamiento: ¡Despierta! ¡Recuerda que Dios viene! ¡No vino ayer, no vendrá mañana, sino hoy, ahora! El único verdadero Dios, el Dios de Abraham, de Isaac y Jacob» no es un Dios que está en el cielo, desinteresándose de nosotros y de nuestra historia, sino que es el Dios-que-viene. …
Los Padres de la Iglesia observan que el «venir» de Dios se concentra en las dos principales venidas de Cristo, la de su Encarnación y la de su regreso al fin de la historia. Entre estas dos venidas, «manifestadas», hay una tercera, que san Bernardo llama «intermedia» y «oculta»: tiene lugar en el alma de los creyentes y tiende una especie de puente entre la primera y la última. En la primera Cristo fue nuestra redención, en la última se manifestará como nuestra vida, en ésta será nuestro descanso y nuestro consuelo» (Disc. 5 sobre el Adviento, 1).
Como la Virgen conservó en su corazón al Verbo hecho carne, así cada una de las almas y toda la Iglesia están llamadas a esperar a Cristo que viene, y a acogerlo con fe y amor siempre renovados. Dejémonos acompañar por María, Madre del Dios-que-viene, a quien celebraremos como Inmaculada. (Homilía de Benedicto XVI, vísperas Dom. Iº de Adviento, 2006)
- Texto Bíblico: Is 40, 1-5. 6-11
“1Consolad, consolad a mi pueblo,-dice vuestro Dios- ;2 hablad al corazón de Jerusalén, gritadle que se ha cumplido su servicio y está pagado su crimen, pues de la mano del Señor ha recibido doble paga por sus pecados”.3Una voz grita: “En el desierto preparadle un camino al Señor; allanad en la estepa una calzada para nuestro Dios;4que los valles se levanten, que montes y colinas se abajen, que lo torcido se enderece y lo escabroso se iguale. 5Se revelará la gloria del Señor y la verán todos juntos” -ha hablado la boca del Señor. 9Súbete a un monte elevado, heraldo de Sión; alza fuerte la voz, heraldo de Jerusalén; álzala, no temas, di a las ciudades de Judá: “Aquí está vuestro Dios.10Mirad, el Señor Dios llega con poder y con su brazo manda. Mirad, viene con él su salario, y su recompensa lo precede.11Como un pastor que apacienta el rebaño, reúne con su brazo los corderos y los lleva sobre el pecho; cuida él mismo a las ovejas que crían”.
-Pasos para la lectio divina
1. Lectura y comprensión del texto: Nos lleva a preguntarnos sobre el conocimiento auténtico de su contenido ¿Qué dice el texto bíblico en sí? ¿Qué dice la Palabra?
2. Meditación: Sentido del texto hoy para mí ¿Qué me dice, qué nos dice hoy el Señor a través de este texto bíblico? Dejo que el texto ilumine mi vida, la vida de la comunidad o de mi familia, la vida de la Iglesia en este momento.
3. Oración: Orar el texto supone otra pregunta: ¿Qué le digo yo al Señor como respuesta a su Palabra? El corazón se abre a la alabanza de Dios, a la gratitud, implora y pide su ayuda, se abre a la conversión y al perdón, etc.
4. Contemplación, compromiso: El corazón se centra en Dios. Con su misma mirada contemplo y juzgo mi propia vida y la realidad y me pregunto: ¿Quién eres, Señor? ¿Qué quieres que haga?
El texto es el comienzo del Segundo libro Isaías (capítulos 40-55). Es como un pregón que podríamos dividir en tres partes: 1) palabras de Yahvé para consolar a Jerusalén (1-2). 2) Una voz misteriosa clama: preparar el camino para el Señor (3-5). 3) otra voz invita al mensajero a que anuncie a Jerusalén la llegada de Dios (9-11).
"Consolad a mi pueblo, dice Dios..."
Consolar es compadecerse, es hacer que el gozo y la alegría triunfen sobre la tristeza. Dios ordena consolar a su pueblo, hablarle tiernamente como lo hace el amado con su amada y reconquistarla si ésta ha sido infiel. Sí, Dios consuela a su pueblo. Quiere que no se pierda ninguno de los humildes. Sí, el Dios que viene y que alza arrogante su brazo victorioso, es también el Pastor que lleva en sus brazos los corderos y cuida de las ovejas.
Necesitamos, ante todo, descubrir la ternura de Dios, su amor, su paciencia, su dulzura. Dejar que nos tome en sus brazos, reconocernos todos heridos por un mundo desviado. Porque he aquí que viene Dios y va a cambiar nuestra tierra. ¡Dichosos los que lo acojan con corazón sencillo y bueno! Ellos serán, con Dios, los artífices de la nueva paz.
-"Súbete a lo alto... aquí está nuestro Dios”.
El profeta levanta la fe y la esperanza del pueblo: Dios no se ha olvidado de ellos; Dios se acerca, «el Señor viene con fuerza» y «su gloria se revelará». Dios «ya está aquí». Viene generoso, con un salario, dispuesto a recompensar por los sufrimientos pasados. Dios hará camino con su pueblo y lo llevará a la libertad. En la ruta surgirán obstáculos, pero serán superados. Camino, desierto... son términos teológicos que indican el final del sufrimiento y el retorno gozoso a la tierra. ¡Dios viene! y nos invita a "preparar “un camino para Él en las tierras áridas de nuestra estepa... Ahora sólo queda “abrir” el camino al Señor. Habrá que superar dificultades, vencer montañas, levantar los baches, convertir el desierto en vergel.
El heraldo es el vigía que comunica la buena nueva de lo que ve: llega el Señor. Nuestra tarea es seguir proclamando: «Aquí está vuestro Dios». Evangelizar es decir con la vida y la palabra: "Mirad, el Señor Dios llega. Él es el Salvador."
ORACIÓN POR LAS VOCACIONES “AMOR DE DIOS”
Padre bueno, Jesús nos dijo: “La mies es mucha y los obreros pocos, rogad al Dueño de la mies para que envíe obreros a sus campos”. Y además afirmó: “Todo lo que pidáis al Padre en mi nombre, os lo concederá”.
Confiados en esta palabra de Jesús y en tu bondad, te pedimos vocaciones para la Iglesia y para la Familia “Amor de Dios”, que se entreguen a la construcción del Reino desde la civilización del amor.
Santa María, Virgen Inmaculada, protege con tu maternal intercesión a las familias y a las comunidades cristianas para que animen la vida de los niños y ayuden a los jóvenes a responder con generosidad a la llamada de Jesús, para manifestar el amor gratuito de Dios a los hombres. Amén.
Feliz Navidad
“Cuanto más se reflexiona sobre el misterio de la Encarnación, tanto más se admira, y cuanto más se admira, más y más nos llena de estupor y de asombro la altísima dignidad a la que fue elevada la Virgen María”. (J. Usera)